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domingo, 29 de mayo de 2011

La sangre tehuelche

Roca le pone biología a la sangre del indio cuando lo incluye en la historia como fantasma del desierto, como vacío de humanidad. Le pone sangre y le adosa cultura, cuando lo vuelve prisionero y lo remite a las ciudades como mano de obra servil. Le pone sangre cuando separa al macho de la hembra para que no se multipliquen. Allí sí, entonces, hay sangre y cultura. Allí se biologiza la sangre al albur de una cultura que lo incluye externalizándolo.

Roca es un prodigioso biotipólogo. Es un genetista. Es un demiurgo de la carne y los fluidos. Por eso se le recuerda en los caros billetes, en las calles mercantiles y en las plazas principales. Porque supo manipular sangre y genes. Porque hizo que el indio entrara en la biología negativa del blanqueamiento dejando de lado el atavismo fiero de su estirpe. Porque supo integrarlo a la cultura como la voz muda, como la palabra vacía, como el ciudadano exiliado. Prodigiosa transmutación la de Roca: incluir al indio en la historia de su exter­minio como etnia originaria. No incluye Roca al indio en la abigarrada maquinaria de la nacionalidad: la cultura lo excluye, lo rechaza, lo re­pele. Lo muestra como lo que es: salvajismo que opera como fondo oscuro de la luminosidad civiliza­toria de la cultura blanca.

La sangre tehuelche-mapuce es sangre desbiologizada. Curiosa­mente, lo más pesadamente biológico se desdibuja en el etno­centrismo de la cultura blanca europea, que ha adoptado desde su mismo nacimiento el republicanismo argentino. La nación desconoce las marcas de la sangre: la ciudadanía es una puesta en discurso, una inclusión en el dispositivo de la argentinidad.

Porque no hay sangre, sino vacío cultural, es que Roca puede conquistar el desierto: vacío de vida política, despoblado de civi­lidad. Por eso se puede matar a miles de indígenas: la sangre indígena no mancha, porque es todavía un formulario en blanco. No es sangre inscripta en los registros de la polis. Porque sólo cu­ando la ciudad registre la sangre, ella se vuelve ontológicamente humana. La cultura construye sangre biológica también.

Si la sangre mapuce hubiera sido sangre biopolítica hubiera en­suciado uniformes, escrituras, pergaminos, crónicas históricas. Pero la sangre del indio no era siquiera biología, porque para asumirla como flujo corporal, previamente tiene que ser puesta dentro de la clasificación urbana, civilizatoria. La sangre tiene que distribuirse, tiene que entrar en las taxonomías de las epis­temes de la biología.

Lic. Abelardo Barra Ruatta

Responsable Filosofía Argentina y Latinoamericana Contemporáneas

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